¿Cual es el
límite del engaño? se pregunta, aunque reconoce que nunca lo conoció. ¿Pero
acaso no se miraban coquetamente tras la pantalla? ¿no se decían cosas dulces
entre suspiros?
Le habían enseñado a no mostrar todo lo que tenía, “las mujeres son recatadas” era el mandato familiar, y pese a encontrarse pasando por lejos el año 2000 y ser mayor de edad esas pautas le habían quedado marcadas a fuego.
El era bastante enamoradizo al parecer, le escribía primero grandes alabanzas a su belleza, y luego quería cruzar los límites de la distancia y la virtualidad y visitarla.
Tenían varios países en el medio, mucho continente entre sus amores. Pero lentamente paso a paso sentía el tocaba sus fibras más íntimas.
Le hablaba de amor, de suspiros, de belleza compartida entre sábanas; por lo cual muchas veces sentía la necesidad de ponerle límites: las buenas señoritas no hacían explícitos sus deseos pese estar en un país democrático y comandado por una mujer.
Formaban parte del mismo grupo de una red social, ahí empezó todo; entre letras compartidas eróticas de uno, románticas de su parte, se habían empezado a leer con más detenimiento y el había logrado, poco a poco embelesarla entre suspiros.
Un día cualquiera, cuando la fecha anhelada por ambos para la visita se hacía cada vez más cercana, nota que sus letras no tienen el mismo sabor que de costumbre.
Entre otras cosas ya no la llama su princesa, simplemente la nombra como al pasar; luego sus chats se hacen mas espaciados, no le exige fogosamente lo que siempre tarda en entregarle en cuentagotas: su sensualidad.
Empieza a sospechar que otra ingresó a su vida, empieza a seguir sus publicaciones, a contabilizar los me gusta de otras mujeres, hasta que no puede más con su genio y se lo plantea: ¿no estarás saliendo con otra?; primero el empieza una disculpa poco creíble y enseguida se tiene que ir, queda la conversación pendiente para otro momento y lugar.
En respuesta a su distancia, hasta está dispuesta a arriesgarse y mandarle la foto erótica que le niega desde hace meses, imagina confesándole sus sueños más osados, incluso aquellos que la sonrojan.
Lo cita a la misma hora de siempre, espera anhelante su comunicación, el no se presenta.
Le manda un mail con un insulto, es una lástima enojarse, pero no puede más: exige lo que es suyo, su compañía, su amor, su deseo a la distancia.
El, como respuesta le pide un tiempo, dice que la distancia hace horrores en su corazón desesperado y quiere un respiro de su ansiedad.
Verónica, ahora develamos el nombre de nuestra protagonista, sospecha: si el era el que más la acosaba, quería quebrar sus límites, forzarla a darle lo que le costaba, le exigía horas, le exigía romper pudores y secretos.
Sigue abiertamente cada una de sus publicaciones y se las comenta, y el en respuesta, la elimina de sus amigos, no sin antes informarle que no se sentía respetado en sus exigencias.
Cree leerle entre letras el amor a otra mujer, una descarada, una señora mayor que ella, alguien con la cual no la puede ni debe comparar.
Cree leer entrelíneas las respuestas, cada vez más osadas, cada vez más abiertas.
¿Es que a otra dedica ahora sus suspiros, sus deseos, sus pasiones? ¿Es que esta mujer no tiene decencia no tiene buen gusto para ubicarse?
Lentamente le parece que sus sospechas están próximas a confirmarse.
Le habían enseñado a no mostrar todo lo que tenía, “las mujeres son recatadas” era el mandato familiar, y pese a encontrarse pasando por lejos el año 2000 y ser mayor de edad esas pautas le habían quedado marcadas a fuego.
El era bastante enamoradizo al parecer, le escribía primero grandes alabanzas a su belleza, y luego quería cruzar los límites de la distancia y la virtualidad y visitarla.
Tenían varios países en el medio, mucho continente entre sus amores. Pero lentamente paso a paso sentía el tocaba sus fibras más íntimas.
Le hablaba de amor, de suspiros, de belleza compartida entre sábanas; por lo cual muchas veces sentía la necesidad de ponerle límites: las buenas señoritas no hacían explícitos sus deseos pese estar en un país democrático y comandado por una mujer.
Formaban parte del mismo grupo de una red social, ahí empezó todo; entre letras compartidas eróticas de uno, románticas de su parte, se habían empezado a leer con más detenimiento y el había logrado, poco a poco embelesarla entre suspiros.
Un día cualquiera, cuando la fecha anhelada por ambos para la visita se hacía cada vez más cercana, nota que sus letras no tienen el mismo sabor que de costumbre.
Entre otras cosas ya no la llama su princesa, simplemente la nombra como al pasar; luego sus chats se hacen mas espaciados, no le exige fogosamente lo que siempre tarda en entregarle en cuentagotas: su sensualidad.
Empieza a sospechar que otra ingresó a su vida, empieza a seguir sus publicaciones, a contabilizar los me gusta de otras mujeres, hasta que no puede más con su genio y se lo plantea: ¿no estarás saliendo con otra?; primero el empieza una disculpa poco creíble y enseguida se tiene que ir, queda la conversación pendiente para otro momento y lugar.
En respuesta a su distancia, hasta está dispuesta a arriesgarse y mandarle la foto erótica que le niega desde hace meses, imagina confesándole sus sueños más osados, incluso aquellos que la sonrojan.
Lo cita a la misma hora de siempre, espera anhelante su comunicación, el no se presenta.
Le manda un mail con un insulto, es una lástima enojarse, pero no puede más: exige lo que es suyo, su compañía, su amor, su deseo a la distancia.
El, como respuesta le pide un tiempo, dice que la distancia hace horrores en su corazón desesperado y quiere un respiro de su ansiedad.
Verónica, ahora develamos el nombre de nuestra protagonista, sospecha: si el era el que más la acosaba, quería quebrar sus límites, forzarla a darle lo que le costaba, le exigía horas, le exigía romper pudores y secretos.
Sigue abiertamente cada una de sus publicaciones y se las comenta, y el en respuesta, la elimina de sus amigos, no sin antes informarle que no se sentía respetado en sus exigencias.
Cree leerle entre letras el amor a otra mujer, una descarada, una señora mayor que ella, alguien con la cual no la puede ni debe comparar.
Cree leer entrelíneas las respuestas, cada vez más osadas, cada vez más abiertas.
¿Es que a otra dedica ahora sus suspiros, sus deseos, sus pasiones? ¿Es que esta mujer no tiene decencia no tiene buen gusto para ubicarse?
Lentamente le parece que sus sospechas están próximas a confirmarse.
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