Fotografía Edgar Bartes |
La tirana ya no me mira de reojo y con cara de pocos amigos, incluso hasta tiene días en los que dialoga conmigo.
Es más creo que debería cambiarle el nombre, voy a ver si para la próxima se me ocurre alguno más favorecedor.
¿Cómo sucedió este milagro?
Luego de días y días de desconcierto en mi vida, de intentar meditar, de intentar no pensar en los hechos de la vida como problemas, de sentirme casi caída hasta tocar el fondo y con un gran dolor de espalda.
Luego de algunos días grises como los llaman, con intentos fuertes de ser transcendidos viviendo mi nueva decisión de vida, decidí abandonar.
Decidí caer, decidí volver a ser la de antes, dejé de escribir, dejé de sentir ese amor inconmensurable que me ataba a casi todas las personas y situaciones y caer, caer otra vez en el sentimiento terreno de vivir pensando en el futuro.
De preocuparme nuevamente por la economía, de sentirme sola por no tener pareja, de sentirme abandonada por quienes empecé a conocer y querer.
De empezar a vivir mirando el afuera, de empezar a descuidar mi adentro ese que siempre tuve y quise pero dejé relegado tantos años.
Cuando pensé que todo era terreno y me dolía el espíritu -aclaro que pese a ello no me cuestioné mis decisiones de cambio, lo cual me tenía entre un mundo y el otro-
Cuando pensé que ya tocaba fondo y todo el vuelo re aprendido estos últimos años se iba cayendo de a pedazos, se me acercó ella, la tirana mente, muy campante a retomar su viejo papel de salvadora y solucionadora práctica.
Y aquí cuando le cedía otra vez el control de mi vida, aquí cuando me dolía la espera, me dolía el futuro no cumplido, las expectativas no cerradas, los amores fracasados, tuve un momento de quietud.
Nunca había tenido en mi mente o en mi alma un momento de quietud, de sentir que puse pausa y mute a la vida, de que todo se acalló y solo sentí – y fue breve- el latido de mi corazón.
Luego empecé a sentir sólo la respiración en mi cuerpo, y sensaciones con respecto al mismo,
Y ahí surgió un espíritu transformador, ¿Qué problema tenía? ¿Qué mal me aquejaba? Si me paraba en ese momento único de la existencia en este paso en segundos por el infinito…¿Qué era irresoluble? ¿Qué era desesperanzador?
Y ahí me cerró todo, debía vivir en el ahora, en el presente, puro sentimiento y para ello debía cederle a mi ex enemiga ciertos asuntos prácticos –y de paso callarla- para poder ocuparme de lo que realmente a mi espíritu le importara.
Desde ese día pienso en un nombre nuevo, no es que ella no quiera ceder el control de tantos años y me haya dejado en total libertad en mi ser, pero es fácil incorporarla como compañera, unificarme con ella cambiando su rol, es un gran trabajo, pero creo que lo voy a terminar logrando.
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